Consigna

Vienes y te metes en mi cama y revuelves las sábanas mientras yo cuento los pliegues y te escucho atentamente, antes de darte un consejo que jamás oirás , antes de verte morir, muerte que nunca llega, que mira de lejos y no alcanza a tocarte, que no deja que la abraces ni que toques fondo. Muerte que te recuerda que siempre se puede caer un poco, tan sólo un poquito más. Y qué quieres que te diga? y qué quieres qué haga por ti? Tan sólo darte un lado, hacerte un espacio en las noches atemporales del centro de Santiago y oirte escuchar los mismos lamentos, lamentos que hacen que un día sea como un siglo, que vienen desde el fondo del corazón del posmoderno, del alma misma del hombre sin norte, que habiendo descubierto su libertad, se perdió en ella.

Dejo que respires en mi oído, que me abraces y me beses, sabiendo desde el comienzo que todo lo haces por ti, que siempre y todo es por ti y que mis gemidos son alimento para tu Gran Narcicismo. No me violenta tu egoísmo, no me enreda que el tema seas siempre tú, no me deprime tu infranqueble inactividad. No me produces amor, no me enterneces, no te odio ni me afectas mayormente. Eres tan tibio. Estás parado en el origen de la nada y me envuelves en la misma resignación que te tiene enterrado hasta el cuello, la misma que te hace descubrir soluciones y obviarlas, la misma que te hace formar alianzas contigo mismo y que se deshacen al instante siguiente. La misma que me ha hecho tomar la decisión de no verte más y hecharte al olvido, porque no me entregas nada.

Te vas y me dejas envuelta en cero, en el centro mismo de tu campo sin gravedad, tan sólo tu indiferencia me atrapa, ni siquiera logras que lo lamente, ni siquiera inspiras las ganas de acabar con el juego. Me envolviste en tu misma resignación. Nuevamente vienes, te metes en mi cama y revuelves las sábanas.